Durante el proceso que hemos recorrido se nos ha venido clarificando el ideal de todo Carmelita: ofrecerle a Dios un corazón puro y disfrutar del regalo de la contemplación cuando Dios lo quiera otorgar siempre en servicio de la Iglesia y la humanidad.
Qué experiencia tan profunda la de santa Teresa de Lisieux, la gran claridad que tuvo al descubrir su lugar en la Iglesia, cuando sintió en su interior el deseo de vivir todas las vocaciones. Ella dice: ¡Ah, perdóname, Jesús si desvarío al exponer mis deseos, mis esperanzas, que rayan en lo infinito! Perdoname, ¡¡¡y cura mi alma dándole todo lo que espera!!!
Ser tu esposa, ¡oh, Jesús!, ser carmelita, ser por mi unión contigo madre de las almas, debiera bastarme…No es así…Ciertamente, estos tres privilegios constituyen mi vocación: Carmelita Esposa y Madre.
Sin embargo siento en mi otras vocaciones: siento la vocación de GUERRERO, de SACERDOTE,de APOSTOL, de DOCTOR, de MARTIR. Siento en una palabra, la necesidad, el deseo de realizar por ti, las más heroicas acciones…Siento en mi alma el valor de un cruzado…quisiera morir sobre un campo de batalla por la defensa de la Iglesia.
¡Oh Jesús amor mío!, ¿Qué responderás a todas mis locuras…? ¿Hay, acaso, un alma más pequeña, mas impotente que la mía?…
Como estos deseos constituían para mí durante la oración un verdadero martirio, abrí un día las epístolas de San Pablo, a fin de buscar en ellas una respuesta. Mis ojos toparon con los capítulos XII y XIII de la primera epístola a los corintios…, leí en el primero, que no todos pueden ser apóstoles, profetas, doctores etc.…; que la Iglesia esta compuesta de diferentes miembros, y que el ojo no podía ser al mismo tiempo mano…, sin desanimarme seguí leyendo, y esta frase me reconfortó: «Buscad con ardor los dones mas perfectos; pero voy a mostraros un camino mas excelente» y el Apóstol explica como todos los dones, aun los más perfectos, nada son sin el amor…afirma que la caridad es el camino excelente que conduce con seguridad a Dios. Había hallado por fin el descanso… al considerar el cuerpo místico de la Iglesia, no me había reconocido en ninguno de los miembros descritos por San Pablo; o mejor dicho quería reconocerme en todos…La caridad me dio la clave de mi vocación. Comprendí que si la Iglesia tenía un cuerpo compuesto de diferentes miembros, no le faltaría el más necesario, el más noble de todos. Comprendí que la Iglesia tenía un corazón, y que este corazón estaba ardiendo de amor. Comprendí que solo el amor era el que ponía en movimiento a los miembros de la Iglesia; que si el amor llegara a apagarse, los apóstoles no anunciarían ya el Evangelio, los mártires se negarían a derramar su sangre…Comprendí que el amor encerraba todas las vocaciones, que el amor lo era todo, que el amor abarcaba todos los tiempos y todos los lugares… en una palabra que el amor es eterno… Entonces en el exceso de mi alegría delirante exclamé: ¡Oh, Jesús, amor mío!…por fin he hallado mi vocación, ¡mi vocación es el amor!… Sí, he hallado mi puesto en la Iglesia, y ese puesto, ¡Oh Dios mío!, vos mismo me lo habéis dado… ¡en el Corazón de la Iglesia, mi madre, yo seré el amor!…¡¡¡Así lo seré todo… así mi sueno se vera realizado!!!(cf Ms B).
Esta es la acción de una Carmelita, la utilidad de su vida; con sentido eclesial, orienta todo su ser a este apostolado fecundo, ¡qué misión tan sublime!: «salvar almas y rogar por los sacerdotes », la podríamos resumir en la siguiente frase: «Amar y hacer amar al amor».